El 20 de octubre pasado tuvo lugar el lanzamiento del
libro Meditaciones de Cantinflas o el intérprete digital en la
Sociedad del Disparate, del escritor Armando Añel, en el encuentro literario Viernes
de Tertulia, que conduce el también escritor Luis de la Paz. Añel plantea en su
libro que vivimos en una sociedad donde han cambiado ciertas conductas a partir
del surgimiento y popularidad de las redes sociales, principalmente el
Facebook, y de la tecnología en general.
Luis de la Paz, en la conversación
previa al lanzamiento, cuestionaba con bastante insistencia si era necesaria
una mayor regulación de esas redes, que ya tienen sus propias normas de censura
y castigos para quienes las incumplen. Particularmente, estoy a favor de ese
exceso de libertad o libertinaje –como se le quiera llamar–, creo firmemente
que cada individuo tiene el libre arbitrio de escoger qué ver y de permitir
quién puede visualizar sus posts, por ese motivo entiendo innecesaria una
censura a partir de alguien –llamase dueño– de la red social en la que por
voluntad propia participamos.
Mientras pensaba en todo eso, desde
la última fila del local evocaba mis inicios en el Facebook y la alegría que me
proporcionó esta plataforma al reencontrar a amigos y conocidos que hasta ese
instante solo habitaban en la memoria. Trate también de recordar los sucesos
incómodos que provoca todo tipo de colectividad, lo mismo si esta es virtual
como si no, y aún más hoy, cuando lo virtual ya se impone en muchos casos a una
realidad que siempre será despiadada con nuestros sueños; es ese el principal
motivo por el cual la virtualidad ha sustituido impiadosamente a la realidad.
En la red puedo ser como siempre soñé, cuelgo una foto bien distante de mi
espejo, creo un perfil virtual y, desde ese instante, ese otro yo sustituye al
yo que siempre he negado. Nada más cómodo y fácil para crear todas esas
personalidades que llevamos en el subconsciente.
Las redes sociales se han convertido
en grandes solares donde la privacidad ha dejado de ser un elemento fundamental
en la convivencia social, conozco muchas personas alarmadas con este hecho.
Quizás el haber nacido en el Canal del Cerro y crecido entre solares, donde
siempre la privacidad fue un objeto de lujo, me permite sentirme más ambientado
en este Gran Solar Universal y Virtual llamado Facebook, y dar y recibir de él
solo lo mejor.
En mi modesta opinión, más allá de
cómo trata el tema Armando Añel en su libro, la Sociedad del Disparate no es
más que el resultado de la evolución, o involución en algunos casos, de la raza
humana. Si nos remontamos a la época del hombre de las cavernas, veremos que
uno de los primeros lenguajes usados, mucho antes que las palabras, fue el del
dibujo grabado en sus grutas, y hoy, miles de años después, volvemos a
sustituir las palabras por dibujos más tontos y menos didácticos llamados
Emojis. ¿No será esto un retroceso virtual a la era paleolítica, donde entre
otras características se vivía sin ninguna privacidad en una colectividad donde
se obedecía al más fuerte físicamente? Hoy vivimos igual, obedeciendo al más
fuerte… pero económicamente. A lo largo de los siglos, lo único que han hecho
las sociedades es reciclar ideas y llevarlas a la modernidad de su tiempo.
Otro de los “grandes logros” de la
internet es el selfie. Hoy todo el mundo, incluso en la más ridícula de las
situaciones, se tira un selfie para enseguida colgarlo en la red. Aquí volvemos
a la discusión del fin de la privacidad. Yo particularmente no lo creo, porque
la privacidad es unipersonal y como tal depende de la decisión de cada cual.
Analicemos literalmente qué es un
selfie: se trata de un autorretrato digital, o sea, podemos decir que Van Gogh,
Goya, Rembrandt, son algunos de los precursores del selfie. Y si esta teoría
que sostengo llegara a ser comprobada científicamente, veríamos que desde los
inicios de la humanidad hemos vivido en la Sociedad del Disparate. La única
diferencia es que ahora se han eliminado las fronteras geográficas y desde la
tela de mi laptop puedo navegar a cualquier parte del universo, incluso a tu
casa si me lo permites.
*Publicado originalmente en Neo Club
Press.